Poema IV. Sobre el fuego que no cesa.

¿Qué son en este mundo
dos minutos de vacío
que no se puedan llenar
con un poco de fuego,
de gentío?

No son las doncellas,
ni lo príncipes azules,
más que meras sombras
en este ambiente de constelaciones
en el que mi piel pules.
No son tampoco
las ganas de algo tórrido,
ni los deseos de querernos,
los que me impulsan a tu boca
de estos pensamientos sórdidos.

¿Qué es este mundo
sin tus labios jadeantes,
sin tus besos alocados,
sin tus manos que me envuelven
y se vuelven en mi espalda inquietantes?

No es el duende de tus ojos,
ni los cruces asesinos,
más que meros espectadores
de todo esto, nuestro prohibido
mundo lleno de inquilinos.
No son las luces o las horas
las que dictan nuestras ganas
de comernos con los ojos
y devorarnos con la boca
hasta el final de las mañanas.

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