Sesión V: Perderse en las páginas de tinta

Hoy, después de una noche menos condicionante pero con sueños sobre examenes de física que no existen, he decidido que me iba a perder en el final de un buen libro para no pensar. Llega este punto en el que uno se harta de no poder frenarse en uno mismo de pensar en algo o de tener el nerviosismo metido en el cuerpo, y es entonces cuando decides que las historias y las desdichas de otros, así como un final inesperado o uno feliz pueden mantenerte alerta pero de lleno sumergido en un mundo que ni siquiera existe en el mundo tangible, sino en el mundo de los sueños, de ahí de donde yo no consigo sacar nada demasiado bueno de mí misma.

Así, La Sombra del Viento de Ruiz Zafón ha sido mi refugio y mi cáncer, siendo espejo malicioso aquí y allá sin preocuparse demasiado de si me estaba dando una puñalada trapera, pero claro, es un libro, y si uno supiera lo que le depara la historia antes de empezar, no sería un buen libro. Por eso, similitudes aparte, y más de 550 páginas después, me ha quedado el hueco que me deja siempre el hecho de acabar un buen libro: te llena el desconcierto de qué hacer ahora. Y se inicia una búsqueda (que empezó con el primer libro de la vida de cada uno) donde buscamos un nuevo amor literario que a cañonazos o a lomos de un dragón, nos enamore de nuevo, nos enriquezca y nos dé la intriga que las cosas de la vida, por surrealismo o cabezonería, no nos ha querido dar. Para mi esa búsqueda empieza hoy de nuevo tras un buen sabor de boca con este autor y con la esperanza de encontrar en alguna librería el amparo de una historia cualquiera, o tal vez la mía, que evite que me coman los pensamientos y me remuerda la conciencia.

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