Sesión II: El espíritu de la comida

Hoy voy a dedicar mi hora para las preocupaciones (la cual empieza ya a ser un castigo más que algo bueno) al pavor y pánico que me produce la coida y que se acrecenta con cada minuto que pasa. No puedo comer sin pensar en que tras el último bocado van a volver las nauseas y el mal cuerpo, el estrés que eso me provoca y la necesidad de llorar inmensa que me sobreviene después. Es tal el pánico que aún cuando como poco no puedo pensar en nada más, sólo en el después y en mi pánico a ello, en que me voy a caer gravemente enferma y volveré a una sala de urgencias a algún médico que no sabe lo que tengo, porque no entiende que quiero llorar (a ver si por suerte me vacio de todo lo malo que tengo y de repente vuelvo a ser yo).
Esa es la peor sensación de todas, que no me siento yo, no veo a esa persona alegre sino a alguien angustiado y triste que no sabe lo que necesita, pero necesita algo que calme el dolor en el pecho y la sensación de ahogarme en un vaso de agua. A la vez siento la necesidad imperante de no ser una carga para los demás estando mal, pero no puedo, no puedo controlarlo. Y me supera. Me supera no poder dominarme y atrasar infinitamente el dolor que no cesa.
Supongo que hoy no puedo mas, me supera la sensación de angustia y el mero hecho de pensar en ello me llena de rabia por no ser fuerte. Qué engañada estaba cuando creía serlo.

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